El lavado de manos es la forma más sencilla para evitar la transmisión de enfermedades infecciosas. La OMS estima que permite disminuir en un 25% la transmisión de enfermedades respiratorias y hasta en un 60% de forma global las infecciones bacterianas y virales. De esta manera, el aseo de manos, por sí mismo, evita millones de muertes por enfermedades infecciosas cada año.
La historia del lavado de manos como forma de prevención de las enfermedades infecciosas empieza en la década de 1840 en Viena. El Dr. Semmelweis (1818-1865) trabajaba en el Hospital General de Viena que era un hospital dedicado a la Obstetricia. Observó que la tasa de mortalidad durante el postparto por las llamadas fiebres puerperales era mucho mayor entre las mujeres que daban a luz en el hospital que entre las que lo hacían en sus domicilios (en aquella época en los hospitales daban a luz personas de peor clase social y malas posibilidades económicas).
Incluso dentro del hospital se producían dos subgrupos dentro de las mujeres: las que eran atendidas por comadronas fallecían menos que las que eran atendidas por los estudiantes de Medicina, que a su vez hacían prácticas en el quirófano y en las salas de disección y autopsia.
El Dr. Semmelweis sospechaba que el mecanismo de la fiebre puerperal debía ser contagioso, pero como la microbiología no era una disciplina desarrollada en ese momento, no podía dar una explicación a este hecho.
La teoría inicial que desarrolló se basaba en que las mujeres que recibían más visitas de médicos y estudiantes que venían de las salas de disección enfermaban más.
¿DONDE EMPEZÓ TODO?
Un hecho fortuito y desafortunado le hizo desarrollar su teoría: uno de sus compañeros profesores del hospital falleció por infección tras un corte accidental insignificante en el brazo que se produjo en la sala de autopsias. La autopsia de este profesor resultó dar los mismos datos patológicos que las autopsias de las mujeres fallecidas por fiebre puerperal.
A partir de ahí Semmelweis se plantea que quizá lo que ocurre es que los médicos y estudiantes de medicina llevan en sus manos las sustancias responsables de inocular la infección. Con esta teoría introduce un protocolo basado en realizar un lavado de manos con agua y jabón antes de examinar a las mujeres ingresadas.
Sorprendentemente la tasa de infección se redujo de forma considerable.
Este descubrimiento no fue adoptado de forma universal inmediatamente. De hecho, al igual que ha ocurrido históricamente en otros casos, el Dr. Semmelweis fue criticado y relegado profesionalmente por imponer métodos “modernos”.
Hasta unos años más tarde, no se descubrieron las bacterias, dando origen a la Microbiología y a la posibilidad de dar una explicación científica a lo que el doctor intuyó con las observaciones clínicas.
La higiene de manos continúa siendo una acción indispensable para prevenir la transmisión de enfermedades. Sin embargo, actualmente, en el caso de las heridas, contamos también con los antisépticos. Así que tras un correcto lavado de manos y lavado de la herida, la aplicación de un antiséptico – Cristalmina, cuyo principio activo es la clorhexidina, es el antiséptico de elección- garantiza que las posibilidades de infección se reduzcan de forma tan extraordinaria, que las complicaciones tan graves de hace unas décadas por infecciones a través de heridas, resulten a día de hoy anecdóticas.
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